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Lo que nos dejó la semana de la Haute Couture

La Alta Costura es la máxima expresión de la moda, donde la técnica se convierte en arte y la imaginación no conoce límites. No se trata de querer vestir, sino de construir belleza desde lo imposible: convertir un boceto en escultura, un tejido en emoción. Son pocas las casas que pueden formar parte de este universo, y no es por capricho: deben cumplir requisitos exigentes que garantizan la excelencia. El lugar donde la ciudad se convierte en un escenario suspendido entre lo real y lo irreal.


Uno de los momentos más comentados fue el desfile de Iris van Herpen, quien presentó Sympoiesis, una colección que parece surgida de un laboratorio futurista. La diseñadora neerlandesa mostró un vestido “vivo” con 125 millones de algas bioluminiscentes encapsuladas en una matriz de nutrientes hecha a medida. La pieza emitía una luz azul hipnótica al moverse, demostrando que la moda también puede convertirse en un organismo. La colección incluyó vestidos con bioproteínas biodegradables y reafirmó el lenguaje único de Van Herpen entre ciencia, arte y emoción.


Schiaparelli fue, como siempre, la encargada de inaugurar la semana con su mezcla de exceso y poesía visual. Daniel Roseberry propuso una colección dramática y onírica, con guiños al surrealismo y volúmenes esculturales que ya son su sello. Pero el espectáculo también estuvo en el front row: Dua Lipa como una figura mitológica vestida de blanco con escote de cerradura; Karol G con un diseño gráfico y Cardi B como monumento viviente, cubierta de flecos y dramatismo. Hunter Schafer y Chiara Ferragni completaron el casting visual con calma y poder.


Chanel, en cambio, eligió el susurro antes que el grito. Esta fue la última colección antes de la llegada de Matthieu Blazy como director creativo, y el desfile tuvo algo de carta de amor y de despedida. En un espacio que homenajeaba los salones de la rue Cambon, la propuesta respiró sobriedad, tweed, mohair, gasa y tonos neutros. Los bordados florales y espigas tejieron un relato sobre el legado de Mademoiselle. No hubo ruptura, pero sí una transición serena, una forma elegante de decir: esto fue, esto sigue siendo.


El final con más peso simbólico fue la despedida de Demna en Balenciaga. Su último desfile no solo cerró una etapa: fue una declaración de respeto a la herencia que muchos creían lejana. Durante años se le cuestionó su relación con el legado de Cristóbal Balenciaga. Pero esta colección fue su respuesta: siluetas canónicas, femeninas y casi arquitectónicas pusieron punto final a su recorrido. No hizo falta explicarlo. Lo entendía. Siempre lo entendió.


Durante estos días, lo imposible encontró forma en lo real. Cada colección fue una

declaración, una forma de posicionarse, de mostrar lo que nace directamente del

imaginario de quien crea. Una semana cargada de emociones y gestos que no necesitan

palabras para conmover. Porque cada diseño construye una conversación silenciosa entre

quien lo observa y quien lo concibió. No busca una respuesta, pero sí nos deja con

grandes preguntas. Y es ahí donde reside su fuerza, en ver y entender de forma distinta

una misma creación.

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